¿Cuál es tu motivación para hablar?



Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y proclamar el evangelio de Jesús como el Cristo.

Hechos 5:42

Existe una fuerza que nos activa, nos mueve y orienta nuestras acciones hacia un objetivo, hacia un deseo o hacia la búsqueda de la satisfacción. Se trata de la motivación. Ella nos da la energía que nos permite seguir adelante aún en situaciones complicadas. En ella, el deportista entrena muy duro, el estudiante se desvela por una buena nota, el hambriento se esfuerza por encontrar el alimento y el enamorado no ve límites por conquistar el amor.  

Muchas veces las personas “necesitan” la motivación para hallar sentido o bienestar. Buscan en diferentes actividades, medios o personas esa fuerza que les impulse a seguir. Llegan a encontrar una “pasión” que les hace invertir energía, tiempo y recurso para cubrir su necesidad, cualquiera que esta sea.

Conozco a Alguien que es el ejemplo más grande y hermoso de motivación y de pasión, Su nombre es Jesús. ¿La razón de Su motivación? La obediencia. ¿La razón de Su pasión? El amor. Nuestro Salvador dispuso Su vida misma, no por una necesidad, no por una satisfacción, no por un anhelo que fuera en función de Su propio beneficio, sino del nuestro, en función de un plan de salvación, nuestra salvación.

Filipenses 2:6-8 nos dice que Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo, tomando forma de Siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y nos llama a tener ese mismo sentir…

Aquellos que tuvieron el maravilloso privilegio de compartir con Él en la tierra, aquellos que vieron Su gloria como del Padre, lleno de gracia y de verdad y algunos otros que se añadieron después, pudieron comprender Su motivación y Su pasión. Y las hicieron su sentir, las tomaron como propósito de sus propias vidas, como esa misión, basada en aquella comisión que Él dejó establecida antes de volver a Su hogar celestial.

Si leemos dos versículos atrás del pasaje compartido al inicio (Hechos 5:40-41) encontraremos que los apóstoles fueron azotados y advertidos que no hablaran más de Jesús. Y vemos que se regocijaron de haber sido considerados dignos de sufrir deshonra por Su Nombre. Y es que ese precioso Nombre que había impactado sus vidas, ardía en sus corazones, Su nombre era su razón de vivir, Su nombre era fuerza, esperanza y ánimo que les hacía continuar en la maravillosa misión de darlo a conocer.

Y no cesaron de enseñar ni de proclamar el Evangelio de Jesús, en el templo y de casa en casa. Sus acciones y sus corazones fueron movidos nada más que por amor, por obediencia y por convicción. Por esa pasión que quemaba sus almas y sus espíritus al ver un mundo carente de salvación, sediento de agua viva, urgido de un Salvador.

Hoy la necesidad y la carencia permanecen en el mundo, pero las motivaciones parecen haber cambiado un poco. Hoy es necesaria la charla motivacional, el estímulo, el aplauso, el reconocimiento. Hoy se establecen condiciones para compartir de Él, de Aquel que se despojó de Su condición de Rey para venir al mundo de la manera más humilde posible, para volverse Siervo y para darse en servicio a la humanidad hasta llegar a dar Su vida misma una tarde de viernes colgado en un madero.

Y en ese recuerdo, en esa conciencia, en esa vida ofrecida por Él, podremos retomar nuevamente nuestra motivación para vivir, para pensar, para sentir, para hablar… porque no hay tema más lindo ni verdad más grande para compartir: nuestro Salvador Jesús. 

¿Cómo, pues, invocarán a Aquel en quien no han creído?

¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?

Romanos 10:14



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