Corriente mortífera





“En aquel tiempo estabais sin Cristo” Efesios 2:12

¿Qué se siente estar sin Cristo? ¿A qué sabe eso? A pesar de haber nacido en una cuna cristiana, llevando una vida aparentemente apartada de todo pecado, tuve que darme cuenta de que en mi interior estaba sucia, tan contaminada como aquel pecador que no conocía a Dios. Me creí la mentira de ser la más santa de la congregación, pero como lo escribió C. S. Lewis:


"Mi propio corazón, no necesité el de otro,

me mostró la maldad de los impíos"


Es que no existe ninguna clase de excepciones cuando de pecar se trata, sin importar la condición social o religiosa, todos estamos envueltos en la misma putrefacta maleza. Estar en medio de todo este escenario nada agradable nos implica ser parte de lo que llama Pablo la corriente de este mundo.  No me costó entender lo que significaba ser parte de una corriente y hallé tan propicia esta analogía que quiero profundizarla hoy contigo.


Una corriente está marcada por la presión y emoción.

 No se necesita ser una experta para darse cuenta que una corriente es peligrosa por la presión que el agua en movimiento genera. La corriente del mundo actúa de igual forma, el sistema cultural gobernado nada menos que por satanás,  genera presión sobre ti para que actúes de forma inmediata, y como la multitud te presiona, no tienes otra opción que acoplarte a la corriente. Claro que no te das cuenta de ello, porque la velocidad con la que te arrastra el pecado altera las emociones, y te hace creer que lo que estás viviendo es lo máximo, el placer es tal que le llaman éxtasis. El príncipe que gobierna el sistema junto a sus aliados (Música, Tv, Internet, supuestos amigos, etc.) te alientan a hacerlo  gritándote: ¡Solo vive!   


Una corriente está marcada por la falta de control.

No se te permite tomar las riendas de tu propia vida, ni de tus pensamientos ni de tus acciones; Siendo presa de la falsa adrenalina  corres sin control hacia donde la corriente quiera llevarte, superas la máxima velocidad, a estas alturas piensas que algo no anda bien pero ya es demasiado tarde, no hay de dónde sostenerse, no hay lugar para aplicar el freno, solo queda esperar a caer al vacío, porque ni tú, ni nadie a tu alrededor en quien busque tienen el control.


Una corriente está marcada por la falta de identidad.

Siendo presa de la corriente te olvidas de quién eres y los valores que tienes, ya no eres tú, ahora eres una más del montón, tu individualidad se minimiza al punto de hacer lo que los demás hacen en todo el sentido de la palabra, pues a decir verdad, al sistema no le interesa saber los detalles de tu vida, no le preocupa en lo más mínimo tu bienestar, estando en medio de la corriente ¿A quién le importas? 


Una corriente te lastima.

Después de caer por el precipicio del pecado, te sientes sola y vacía, ya no hay amigos a tu alrededor, no hay placer, la experiencia ya no es para nada agradable, es en esos momentos de soledad cuando tus lágrimas empañan la almohada que te das cuenta de las heridas que causaron el desenfreno de la corriente, heridas abiertas sangran sin parar, y son tan profundas, que te duele el alma, son heridas tan latentes que necesitas de un médico que pueda curarlas... ¿a quién acudirás? 



Si buscas en la corriente encontrarás que los que estaban contigo están tan lastimados como tú, puedes decidir no hacer caso a la profundidad de esas lastimaduras, esperando que en el camino cicatricen, puedes levantarte y seguir aventándote a la euforia de nuevas y más acaudaladas corrientes, pero sabes que a la postre las heridas aumentaran en tamaño y profundidad.

Pero yo no escribo para alimentar la desesperanza, te escribo porque cuando sangraba a punto de dejarme morir, llegó un buen samaritano que vendó mis heridas, me sacó de la corriente. Moribunda y cansada del pecado en mi corazón, le entregué lo que quedaba de mí. El buen pastor se encargó de mi sanidad completa, en vez de una corriente me llevó a aguas de reposo y  sendas de Justicia, me enseñó el dominio propio y me dio una identidad, ahora ya no pertenezco más a esa corriente.

Ven a Jesús… en el fondo de tu corazón sabes que lo necesitas.


ACERCA DEL AUTOR  

Angélica Jiménez
Hija de Pastores misioneros de nacionalidad Colombiana, ha servido desde los 9 años junto a sus padres en los países de Bolivia y Argentina. Diagnosticada alrededor del año 2009 con Síndrome de Eisenmenger ha propuesto en su corazón servir a Dios hasta el día en que él se lo permita. Sus experiencias en la obra misionera continúan labrando el sueño de brindar herramientas bíblicas para las jóvenes de hoy.

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